China debe tanto dinero que ha llegado al punto en que más deuda simplemente ya no genera crecimiento. Ahora, endeudarse más ralentiza la economía y pone en tela de juicio la capacidad del país para saldar sus obligaciones de pago actuales.
Por Jim Rickards
Desde hace años que una crisis financiera y económica en China ha estado entre los pronósticos de muchos analistas, incluyéndome.
Pero hasta ahora, no ha sucedido.
¿Significa esto que China ha resuelto los problemas que pudieron llevarla a una crisis? ¿O será que la crisis es solo cuestión de tiempo –algo que ocurrirá más temprano que tarde?
Mi opinión es que una crisis china es simplemente inevitable, debido al propio modelo de crecimiento que usan los chinos, así como el clima financiero internacional y la deuda excesiva. De hecho, algunos de los economistas más destacados del mundo concuerdan conmigo.
La cuenta regresiva para la crisis ha comenzado oficialmente.
China se ha topado con un muro económico, algo que los economistas especializados en desarrollo llaman la “trampa de ingresos medios”. Nuevamente, esto les sucede a las economías en desarrollo cuando agotan su potencial de crecimiento fácil. Primero, su población pasa de los ingresos bajos a los ingresos medios, y luego se topan con el desafío real: dar el salto a los ingresos altos.
Esa transición a ingresos altos requiere mucho más que simples trabajos industriales para trabajadores rurales recién llegados a las ciudades. Es una tarea que implica la creación y adopción de bienes con un alto valor agregado, algo que es posible gracias a la tecnología de avanzada.
De eso estuve hablando hace un par de semanas en una conferencia para banqueros y hombres de negocios chinos en Shanghái:
China no ha demostrado mucha capacidad para desarrollar tecnología de vanguardia por sí sola, pero ha hecho un excelente trabajo robando dicha tecnología a sus socios comerciales. También la ha ido de maravilla poniendo en práctica esos avances robados, gracias a su sistema de empresas estatales y “campeones nacionales”, como Huawei en el sector de telecomunicaciones, por ejemplo.
Pero desafortunadamente para China, su crecimiento económico a base de plagio está en problemas. Estados Unidos y sus aliados, como Canadá y la Unión Europea, están tomando medidas estrictas para limitar el robo de propiedad intelectual, obligándoles a rendir cuentas por todo ese plagio. Esto se dará por medio de aranceles punitivos y prohibiciones para empresas chinas a la hora de lanzar nuevas tecnologías importantes, como la telefonía 5G para teléfonos celulares.
Al mismo tiempo, China finalmente está sintiendo las consecuencias de su deuda excesiva. Las economías pueden crecer por medio del consumo, la inversión, el gasto público y las exportaciones netas. El supuesto “milagro chino” ha sido más que nada el resultado de inversiones y exportaciones netas, mientras que el consumo de sus ciudadanos se mantenido a niveles muy pobres.
En cuanto a la inversión, no era más que gasto gubernamental poco disimulado: muchas de las compañías invirtieron en grandes proyectos de infraestructura contaron con el respaldo directo o indirecto del gobierno a través de los bancos.
Esas inversiones fueron financiadas con deuda. China debe tanto dinero que ha llegado al punto en que más deuda simplemente ya no genera crecimiento. Ahora, endeudarse más ralentiza la economía y pone en tela de juicio la capacidad de China para saldar sus obligaciones de pago actuales.
Los demás factores que mantuvieron a flote a China fueron las exportaciones netas y los grandes superávits de sus cuentas corrientes. Éstos, a su vez, fueron respaldados por mano de obra barata, subsidios gubernamentales y manipulación de divisa. Sin embargo, esos motores del crecimiento también están desapareciendo, debido a factores demográficos que se traducen en menos trabajadores en el país.
China se está enfrentando competencia con mano de obra aún más barata en Vietnam e Indonesia. Asimismo, los superávits comerciales se ven afectados por las guerras comerciales y los aranceles impuestos por Estados Unidos.
Mientras tanto, el sobreendeudamiento cada vez es peor. Las capacidades crediticias de China están siendo cuestionadas tanto por los bancos internacionales como por los inversores del extranjero.
Pero en este momento, el factor más importante aquí es que la guerra comercial entre los Estados Unidos y China no solo sigue en pie –sino que hasta está escalando. Cuando en enero de 2018 empezó oficialmente el conflicto comercial, el mercado pensó que ambas naciones solo estaban posando para las cámaras, de que llegaríamos a una solución rápidamente.
Esa nunca fue mi postura. Trump esperó un año entero desde su toma de mando para iniciar la guerra comercial. Le dio a China tiempo suficiente para sentarse a discutir y llegar a un acuerdo beneficioso para ambas partes.
Pero China asumió que era “más de lo mismo”, como ocurrió durante las presidencias de Clinton, Bush Jr. y Obama. Beijing pensó que podría librarse de todo con algunos discursos optimistas y mantener sus prácticas comerciales desleales y el robo de propiedad intelectual.
Para enero de 2018, Trump decidió que había sido lo suficientemente paciente. Era hora de mostrarle a China que el déficit comercial y la piratería digital eran cosa seria. Desde que comenzó la guerra comercial, la economía de Estados Unidos ha sufrido daños menores, mientras que el impacto en China ha sido simplemente abrumador.
El deterioro de la situación del Gigante Asiático se resume muy bien en este extracto de un artículo publicado el 5 de febrero de 2019. El artículo en cuestión se titula “El sacudón de China que se aproxima”, obra de los economistas Arvind Subramanian y Josh Felman:
“El pasado septiembre considerábamos como inevitable cierta incongruencia en el desempeño económico de China. Incluso si el país no estaba entrando a una crisis en toda regla, estábamos casi seguros de que sí experimentaría una combinación de una desaceleración rápida en su crecimiento, así como una depreciación cambiaria importante. Hoy en día, ese pronóstico se ha vuelto aún más probable.
“Ahora que el crecimiento económico mundial y las exportaciones están cayendo, la economía china está encaminada a más desaceleración con respecto al crecimiento de 6,4% del cuarto trimestre de 2018. Esa expansión promedio de dos dígitos que se dio desde los años 80 hasta hace poco es ahora un simple recuerdo.”
El impacto descrito por Subramanian y Felman se ve claramente en el siguiente gráfico, que nos muestra el precio y el volumen de trading del iShares China Large-Cap ETF (NYSE: FXI).
El FXI alcanzó un máximo de US$ 54 por acción el 26 de enero de 2018, casi el mismo día que comenzaron las guerras comerciales. Desde allí, el índice ha estado en una tendencia a la baja, llegando hasta el nivel actual de alrededor de US$ 42,50 por acción, un descenso del 21% con volatilidad de por medio.
Esta caída es un reflejo parcial del impacto de la guerra comercial. Desde el principio, Wall Street ha subestimado el daño que China ha sufrido por este conflicto comercial. Los inversores pensaron que todo sería breve y que el impacto sería mínimo. En su lugar, se ha extendido durante 14 meses y no hay un fin a la vista, por mucho que haya recuperado un poco este año en medio del rally alcista gracias al “dark money” de la Fed, del que nos habló Nomi Prins hace unos días.
De momento, los aranceles estadounidenses impuestos sobre China han desacelerado drásticamente su economía. Sin embargo, esas medidas no son nada en compañación con lo que está por venir.
El fin de la tregua
1 de marzo de 2019. Esa es la fecha límite actual de la “tregua” que supuestamente debió facilitar las negociaciones de un acuerdo comercial entre las partes. Las demandas de Estados Unidos, especialmente en lo referente al control del robo de propiedad intelectual estadounidense, son exigencias sencillamente imposibles para China. La razón, es que el país depende enteramente de esas actividades deshonestas para alcanzar sus ambiciones económicas.
Es altamente improbable que se pueda llegar a un acuerdo antes del 1 de marzo. Puede que se resuelvan algunos asuntos menores y se anuncie un “acuerdo”, y que éste pueda incluir una reducción en el déficit comercial entre Estados Unidos y China por medio de más compras de soja de parte de los chinos.
Pero los asuntos más importantes –como los límites de la inversión estadounidense en los mercados chinos, las transferencias forzadas de tecnología a China y el robo de propiedad intelectual– no se resolverán.
En el mejor de los casos el plazo se extenderá y las discusiones comerciales continuarán.
En el peor de los casos la tregua terminará y Estados Unidos aumentará muchísimo sus aranceles a las exportaciones chinas a su economía.
De cualquier modo, la economía china, que sobrevive a base del comercio de exportación, continuará sufriendo las consecuencias.
Considerando estos obstáculos económicos, comerciales y políticos, de aquí en más el futuro del Gigante Asiático es cada vez más incierto.
Beijing no tiene otra sino esperar que el daño no sea muy grave, no vaya a ser que el pueblo empiece a cuestionar la legitimidad del gobierno.
Saludos,
Jim Rickards