Guerras de divisas –una carrera al desastre en la que todos quedan de primero…
Por Jim Rickards
El mundo se está adentrando en una guerra comercial.
Este tipo de conflictos está naturalmente relacionado con las guerras de divisas, y ésta última es una de las dinámicas más importantes del actual sistema financiero global.
Una guerra de divisas es una batalla, principalmente de carácter económico –es decir, se basa en políticas económicas.
La idea básica es que las naciones del mundo quieren devaluar sus monedas. Afirman que haciendo eso estimularán las exportaciones. Esto podría, por ejemplo, hacer que Boeing compita más de cerca contra Airbus a nivel internacional.
Mas la razón real por la que hacen esto, y esto es algo de lo que no se habla mucho, es que las naciones quieren promover la inflación. Veamos a Estados Unidos a modo de ejemplo. En este momento el país tiene un déficit comercial, no un superávit. Si el dólar fuese más barato, las exportaciones nacionales serían un poco más atractivas.
Esto incrementa el precio de los bienes que los ciudadanos estadounidenses compran –más allá de si es un bien manufacturado, textil, electrónico, etc. – y esa inflación luego llega a la cadena de producción estadounidense. Así que las guerras de divisas son en realidad una forma de crear relajación monetaria e inflación de importación.
El problema recae en que una vez que una nación intenta depreciar su divisa, otro país luego hace lo mismo, y así sucesivamente hasta que todos tocan fondo juntos.
Lo mismo ocurre con los aranceles. Una vez que un país le impone aranceles a los bienes oriundos de otra nación, ésta última responderá. Desde ahí la situación se esparce por todo el mapa.
Ahora bien, es posible también que este tipo de sanciones estén bien justificadas para apoyar las industrias incipientes de una nación, pero esa no es la situación de la que hablaré el día de hoy.
Como ya sabrás, comencé a hablar de esto hace ya varios años en mi primero libro, Currency Wars. Mi argumento de ese entonces es el mismo: el mundo no siempre está metido en una guerra de divisas, pero cuando lo está, pueden durar cinco, diez, quince o incluso veinte años.
En el último siglo, han tenido lugar tres guerras de este tipo. La primera se dio entre 1921 y 1936. Esto comenzó con la hiperinflación de la República de Weimar. En ese entonces había un período de depreciación constante de divisas.
En 1921, Alemania destruyó su moneda por completo. En 1925, Francia, Bélgica y otras naciones hicieron lo mismo. Si tenías algún balance de pagos, el déficit lo cubrías pagando con oro.
Si tenías un superávit en tus balances de pagos, lo que hacías era adquirir oro. El metal dorado era el regulador de la expansión o contracción de las finanzas personales. Tenías que ser productivo, apuntar a sacar provecho de tu ventaja comparativa y contar con buenas condiciones económicas para poder conseguir oro en el sistema –o por lo menos, no perder el que ya tenías.
Era un sistema bastante estable que promovía muchísimo crecimiento e inflación baja.
Ese sistema fue destituido en 1914, debido a que los países necesitaban imprimir dinero para luchar en la Primera Guerra Mundial. Cuando el conflicto había terminado y el mundo entró en la década de 1920, las naciones intentaron volver al patrón oro, mas carecían del conocimiento para hacerlo. En 1922 se celebró una conferencia en Génova, Italia, en donde se discutió el problema.
Antes de la Primera Guerra Mundial el planeta ya estaba acostumbrado a esta paridad monetaria. Había cierta cantidad de oro y de papel moneda respaldado por oro. Luego, la oferta monetaria de papel moneda fue duplicada. Eso solo dejó a los mandatarios del mundo con dos opciones posibles si pretendían volver a un patrón oro.
Primero podían duplicar el precio del metal –o lo que es cortar a la mitad el valor de sus divisas. Por otro lado, podían recortar la oferta monetaria a la mitad. Podían hacer una de las dos, pero de cualquier manera tenían que reinstaurar la paridad entre el metal y el dinero, ya fuese con una nueva relación o volviendo a la paridad antigua.
Los franceses dijeron “esto es fácil. Vamos a reducir a la mitad el valor de nuestra divisa”, y en efecto, eso fue lo que hicieron.
En la película de Woody Allen “Medianoche en París”, hay una escena en la que se muestra a un inmigrante estadounidense viviendo la buena vida en la Francia de mediados de los 20. Eso en efecto sí ocurría, debido a la hiperinflación que se daba en Francia en ese entonces. No estaba tan mal como en Weimar (Alemania), pero sí era grave. Si tenías al menos una cantidad modesta de dólares, podías ir a Francia y vivir como un auténtico rey.
El Reino Unido tomó la misma decisión, solo que siguió un camino diferente a los franceses. Allí, en lugar de duplicar el precio del oro, recortaron su oferta monetaria en un 50%. Volvieron a la paridad previa a la Primera Guerra Mundial.
Esa fue la decisión tomada por Winston Churchill, que en ese entonces era el Canciller de Hacienda del Reino Unido. Las condiciones del país en ese entonces eran extremadamente deflacionarias. El punto es que una vez que has duplicado la oferta monetaria, puede que los resultados no sean de tu agrado –pero lo hecho, hecho está. Tienes que tomar el toro por los cuernos y aceptar que le hiciste un daño colosal a tu divisa. Churchill se sintió obligado moralmente a recrear el valor del pasado.
Recortó la oferta monetaria a la mitad, lo que metió al Reino Unido en una depresión financiera tres años antes que el resto del mundo. Mientras los demás entraron en la depresión en 1929, los británicos comenzaron la suya en 1926.
Hago mención de esta historia porque en ese entonces la opción correcta era volver a un oro mucho más costoso en yuxtaposición con la libra esterlina. Escoger el precio equivocado fue un factor clave para la Gran Depresión.
Los economistas de hoy dicen cosas como “es imposible volver al patrón oro. ¿Es que no sabes que eso fue lo que desató la Gran Depresión?”.
Sí lo sé –fue un factor contribuyente, pero no fue por el oro, sino por el precio. Churchill escogió el precio equivocado, lo que terminó siendo deflacionario.
La lección que nos deja la década de 1920 no es que sí es posible tener un patrón oro, sino que es simplemente necesario que el país escoja el precio correcto.
Volviendo entonces a la historia, continuaron por ese camino hasta que, finalmente, el Reino Unido simplemente no podía resistirlo más, y devaluaron su divisa en 1931. Al poco tiempo, Estados Unidos devaluó su divisa en 1933. Luego Francia y el Reino Unido lo hicieron nuevamente en 1936.
Ese fue un período de devaluaciones sucesivas de divisas y las llamadas políticas de “empobrecer al vecino”.
El resultado de esto, como sabrás, fue una de las peores crisis económicas de la historia. El desempleo se disparó, y la atrofiada producción industrial creó un período muy extendido de crecimiento débil e incluso negativo. La primera guerra de divisa no se resolvió hasta la Segunda Guerra Mundial y luego, finalmente, hasta la conferencia Breton Woods.
Fue en ese momento que el mundo llegó al nuevo patrón monetario. La segunda guerra de divisas se libró entre 1967 y 1987. El evento más importante dado en el medio de esta contienda fue la derogación de parte de Nixon en Estados Unidos y, al final del día el mundo, del patrón oro el 15 de agosto de 1971.
Nixon hizo esto para crear empleos y promover las exportaciones a fin de ayudar a la economía estadounidense. Pero, ¿qué fue lo que realmente ocurrió? Se dieron tres recesiones seguidas, en 1974, 1979 y 1980.
La Bolsa estadounidense se derrumbó en 1974. El desempleo se catapultó, la inflación creció descontroladamente entre 1977 y 1981 (la inflación estadounidense en esos cinco años fue de 50%) y, por último, el dólar perdió la mitad de su valor.
Una vez más, la lección que nos dejó la guerra de divisas es que no producen los resultados que esperas, es decir un incremento en las exportaciones, más empleo y algo de crecimiento. En vez de eso, lo que generan es deflación e inflación extrema, recesiones, depresiones financieras y auténticas catástrofes económicas.
Esto nos lleva a la tercera guerra de divisas, que comenzó en 2010.
Nótese que salté unos buenos 35 años entre 1985 y 2010. ¿Qué ocurrió en ese período?
Esa fue la era de lo que llamamos el “Rey Dólar”, o la política del “dólar fuerte”. Fue un lapso de tiempo de excelente crecimiento, buena estabilidad y excelente rendimiento económico a lo largo y ancho del planeta. No era un sistema de patrón oro ni uno basado en las reglas.
La Fed sí empleaba el precio del oro como un termómetro con el que podía ver cómo le estaba yendo. Básicamente, lo que Estados Unidos le dijo al mundo fue: “no estamos en un patrón oro –estamos en un patrón dólar”.
Nosotros, Estados Unidos, accedemos a mantener el poder adquisitivo del dólar y ustedes, nuestros socios comerciales, pueden anexarse a la divisa estadounidense o planear sus economías en base a alguna paridad en el dólar. Eso nos dará un sistema estable”.
Eso funcionó bastante bien hasta 2010, cuando Estados Unidos terminó con ese acuerdo y básicamente declaró la tercera guerra de divisas. El presidente Obama hizo esto en su discurso de estado de enero de 2010. Y aquí estamos, la historia continúa.
Las guerras de divisas son como un sube y baja –van de arriba hacia abajo una y otra vez.
Ahora también estamos entrando a una guerra comercial. Y podría ser bastante larga.
Saludos,
Jim Rickards