La economía global se está desplomando, y los bancos centrales no podrán hacer nada para detenerlo…
Por Jim Rickards, desde Darien, Connecticut
Los inversores están muy al tanto del giro histórico que dio la Reserva Federal a fines de 2018. Desde diciembre de 2015 hasta diciembre de 2018, la Reserva Federal había efectuado alzas en las tasas. Movieron la tasa de referencia de los fondos federales desde el 0% hasta el 2,25%, a través de pequeños incrementos de 0,25% durante tres años (con “pausas” ocasionales de por medio).
Asimismo, a fines de 2017, la Fed comenzó a “normalizar” sus balances. En términos simples, eso implicaba reducir su balance general desde los US$ 4.500 millones, hasta aproximadamente US$2.500, todo por medio de la destrucción de dinero real. Ese fue un ajuste cuantitativo (QT), exactamente lo contrario a QE (flexibilización cuantitativa). El efecto de ambas iniciativas equivalió a elevar la s tasas en aproximadamente un 2% anual comenzando desde una base muy baja.
Ese tipo de ajuste de tasas en ausencia de inflación no tuvo precedentes. Advertí durante años que la Fed estaba endureciendo las condiciones demasiado y que produciría una recesión si no se detenían. Al final, sí escucharon mis advertencias.
A fines de diciembre, la Fed dejó en claro que las alzas de las tasas quedarían en pausa hasta nuevo aviso. Este mes, anunció que bajaría las revoluciones de sus reducciones de balances y que, para el próximo septiembre, frenarían de lleno este proceso.
Los observadores rápidamente concluyeron que este giro a una relativa normalidad fue en respuesta a datos recientes sobre el débil crecimiento de Estados Unidos. Eso es cierto hasta cierto punto, pero no es toda la historia. La desaceleración no se limita a Estados Unidos, sino que es de naturaleza global.
Uno de los mejores indicadores económicos son las estadísticas de pedidos internacionales de productos. FedEx reportó una desaceleración sustancial en los envíos y revenues a nivel mundial. Esto significa que los fabricantes, minoristas y distribuidores están encontrando menos clientes para sus productos. FedEx es como un termómetro que mide la salud de la economía global. Y en este momento, el paciente no se ve bien.
Consideremos primero a China. En 2018, el crecimiento de China fue de 6,6%, el más bajo desde 1991. Pero incluso estas cifras bajas deben tomarse con pinzas, ya que las estadísticas de crecimiento del Gigante Asiático son manipuladas rutinariamente por el gobierno.
Descontando la manipulación de su gobierno, el crecimiento real de China en 2018 probablemente se acercó al 6%. Si descuentas la inversión desperdiciada en proyectos de derroche y ciudades fantasma, el crecimiento real se aproxima al 4,5%. Eso es bueno, pero no es suficiente para una economía emergente con más de 1.000 millones de habitantes. Hay pocas razones para creer que 2019 será mucho mejor.
El milagro del crecimiento de China del que tanto se habló durante los últimos 20 años, en realidad, no fue gran cosa; de hecho, era de esperarse. Desde la década de 1990, China estaba pasando de tener ingresos bajos a ingresos medios. Los ingresos bajos se refieren convencionalmente a ingresos per cápita anuales inferiores a U$S 5.000. La categoría de ingresos medios cubre el rango de los U$S 5.000 a US$ 17.000. Los ingresos per cápita anuales superiores a U$S 17.000 se consideran ingresos altos.
En la actualidad, China está cerca de U$S 8.800 en ingresos per cápita anuales, cayendo directamente en la categoría de ingresos medios. El crecimiento fácil de los chinos ha terminado. El resultado, será una desaceleración del crecimiento completamente predecible desde el anterior ritmo de 10% hasta una tasa de crecimiento más normal, de alrededor del 3,5%.
Teniendo en cuenta que China produce más del 15% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial, una disminución de 6,5 puntos porcentuales en esa contribución reduce el crecimiento mundial en un 1%. Dado que el crecimiento global es de solo 3,5% en la actualidad, esa sería una caída importante.
Otro obstáculo importante para el crecimiento chino es su guerra comercial con Estados Unidos. Esta es una guerra que Beijing no puede ganar. La razón es simplemente que Estados Unidos importa alrededor de U$S 535.000 millones en productos chinos cada año, mientras que el Gigante Asiático solo importa alrededor de U$S 125.000 millones en bienes estadounidenses. El resultado neto es un superávit comercial de US$ 410.000 millones a favor de China. Si los chinos igualaran centavo a centavo los aranceles de Estados Unidos en una guerra comercial, pronto se quedarían sin bienes para arancelar.
La situación con el crecimiento en Japón y Europa no es mucho mejor que los pronósticos mediocres de Estados Unidos y China. Japón ha estado luchando contra la depresión económica y la deflación desde 1990 (la “década perdida” que se ha convertido en tres décadas perdidas), pero la información reciente es particularmente inquietante.
Las exportaciones japonesas son débiles debido a la desaceleración mundial que afecta a todas las economías avanzadas. Japón está estrechamente integrado en las cadenas de suministro de tecnología y telecomunicaciones mundial, por lo que cualquier desaceleración en las ventas de teléfonos móviles chinos o en las ventas de televisores en Estados Unidos se traduce de inmediato en ventas más lentas y en menores exportaciones de componentes críticos, como pantallas y cámaras.
De acuerdo con estas tendencias, la confianza del consumidor ha estado cayendo en Japón. El rendimiento de los bonos del gobierno japonés a 10 años (JGB) ahora es negativo por primera vez desde 2016.
Otros indicadores rezagados en Japón son la inflación (que cayó debido a los precios de la energía) y los salarios (que crecen más lentamente que las metas de inflación del Banco de Japón). Los precios de los condominios también están cayendo.
Los préstamos bancarios se están recuperando, pero este es un indicador negativo. Las empresas piden más préstamos de los bancos cuando no hay fondos disponibles de prestamistas no bancarios o mercados de capital. Los préstamos bancarios llegan a su punto más alto después del inicio de una recesión, por lo que este indicador en crecimiento no es una señal alentadora. Este patrón es consistente con la desinflación y la desaceleración del crecimiento global.
Si bien las señales provenientes de Japón no apuntan a una recesión al corto plazo, sí apuntan a una desaceleración del crecimiento consistente con la tendencia general hacia un crecimiento global más lento.
Sin embargo, las señales de crecimiento en Europa son incluso más débiles que las de Japón. La producción industrial en Europa no ha sido particularmente fuerte desde 2010, a pesar de los aumentos a finales de 2015 y nuevamente a mediados de 2017. Sin embargo, en cada caso, los números volvieron rápidamente al rango del 0 a 2%, un síntoma de un desempeño débil en Europa desde la crisis financiera mundial.
Claro que el motor del crecimiento europeo es Alemania, y las señales que emergen de allí son aún más preocupantes que las del continente en general. Alemania tuvo un crecimiento negativo en el tercer trimestre de 2018 y permaneció esencialmente sin cambios en el cuarto trimestre, evitando por poco una recesión técnica. Más importante aún, los pronósticos para el crecimiento alemán en 2019 son decididamente débiles.
El Consejo Alemán de Expertos Económicos para la Investigación Económica proyecta un crecimiento en el PIB de solo 0,8% en 2019. Además, la actividad manufacturera alemana de marzo cayó a su nivel más bajo desde agosto de 2012. Para rematar, este mes el rendimiento de los bonos a 10 años de Alemania entró en territorio negativo por primera vez desde octubre de 2016.
El problema en Alemania no es solo la debilidad económica, sino el origen de esa debilidad. Alemania es conocida como una potencia de exportación con un gran superávit comercial que contribuye al PIB.
Las exportaciones alemanas redujeron el PIB de 2018 en un 0,2%. Pero el mayor obstáculo para el crecimiento fue el consumo por hogar, que aumentó solo un 1% en 2018, luego de un alza del 1,8% en 2017. Este aumento débil puede deberse a una mayor inflación, que erosionó los ingresos ociosos de los ciudadanos alemanes.
Además, una encuesta reciente demostró que, adentrándonos a abril, la confianza del consumidor alemán está cayendo. Esa tendencia continuará hasta mediados de 2019 y agregará otro viento en contra a la expansión económica.
Esta tendencia de menos crecimiento global llega con un giro aún más preocupante. No solo se ha reducido el crecimiento, sino que la liquidez del mercado se ha desplomado. Cuando se desencadene un sell-off colosal, no habrá liquidez para amortiguar el golpe con compras de activos en un mercado en baja.
No habrá “cazadores de ofertas” o inversores nadando contra la corriente. Los mercados caerán directamente hasta que se controle el colapso con la intervención del banco central. Pero, por supuesto, la capacidad de los bancos centrales para intervenir quedó muy limitada después de usar gran parte de sus “ahorros” para combatir la última crisis.
No permitas que la próxima crisis te tome por sorpresa. Es hora de que los inversores reduzcan su exposición a acciones y otros activos de riesgo y reasignen al efectivo, letras del Tesoro y oro.
Saludos,
Jim Rickards
Jim Rickards es editor de Inteligencia Estratégica para Agora Publicaciones. Es un abogado, economista y banquero de inversión. Ha brindado su vasto conocimiento de los mercados a la comunidad de inteligencia estadounidense y al pentágono.