A China le importan más los empleos y la estabilidad social que la Bolsa. ¿Qué implicancias tiene esto para los ahorristas de inversores de todo el planeta?
Por Jim Rickards
Cuando digo que “el desenlace está arreglado” para FXI, no pretendo sonar misterioso ni nada por el estilo. FXI es el ticker de un ETF estadounidense compuesto por las acciones más grandes del mercado chino.
Y con “arreglado” simplemente me refiero a la manipulación respaldada por el gobierno.
Cuando combinas estas dos cosas y creas un plan gubernamental para hundir a tu propia Bolsa, estás, por lo menos hasta un punto, apuntando hacia un desenlace seguro. Y eso es precisamente lo que está pasando en China en este momento.
Es probable que una devaluación de divisa dé cabida a un colapso del mercado, pero ese es un precio que China está dispuesto a pagar, ya que un yuan más barato estimulará más exportaciones y respaldará nuevos empleos.
Los motivos de China detrás de la manipulación de mercado giran en torno a la estabilidad social más que a las ganancias y las pérdidas. Claro que los chinos no tienen nada en contra de hacer dinero; de hecho, saben bien cómo hacerlo. Pero la realidad es que China está controlada por una dictadura impartida por el Partido Comunista, una entidad cuya mayor preocupación es su auto-preservación.
Ese impulso de preservación involucra campos de prisioneros, control de pensamiento y tortura si llegase a ser necesario. Sin embargo, en lo que refiere a cuestiones de todos los días, es más probable que involucren falta de inflación, desempleo y crisis de mercado (en contraposición con declives lentos y firmes).
A los inversores que no recuerdan no exactitud las protestas de la Plaza de Tiananmén de 1989 y la masacre en Beijing se les ha enseñado que ese evento debe recordarse como un movimiento estudiantil “pro-democracia”. En los testimonios se incluye la participación de una estatua de papel maché y 10 metros de altura llamada la “Diosa de la democracia”, que terminó siendo destruida cuando el ejército disipó las masas de la plaza. Esa descripción de la protesta en realidad es bastante selectiva y engañosa.
Es cierto que los estudiantes sí incluyeron más libertad de prensa y de expresión en sus peticiones. Sin embargo, las raíces reales de la protesta eran económicas. El veloz crecimiento económico dado en la década de los 80 había desembocado en ganancias colosales para algunos, pero también resultó en la marginalización y pobreza de muchos otros.
Para aquellos con recursos limitados, la inflación era un verdadero problema, mientras que para los ricos no era más que una molestia fácil de tratar. Estos problemas económicos fueron –la inequidad y la inflación– lo que prendió la chispa de las protestas. Los aspectos pro-democráticos de todo esto fueron sumados en las etapas posteriores del evento a medida que la muchedumbre crecía.
Al principio, los líderes del Partido Comunista estaban divididos entre los más moderados, como Zhao Ziyang, quien defendía la idea de entablar diálogo con los manifestantes, y los más extremos, como el líder de facto chino Deng Xiaoping, quien favorecía aplatar la protesta y llevar a prisión para sus artificies.
Al final del día, los más extremistas salieron airosos y el resultado fue un violento ataque militar dirigido a los manifestantes. No sabe con exactitud cuánta gente murió en estos ataques, y no es algo que pueda verificarse, pero las estimaciones van desde los 1.000 hasta los 10.000 muertos. Después de la masacre en Tiananmén, los líderes del Partido Comunista entraron en un período de caos en el que Zhao Ziyang fue expulsado y Jiang Zemin tomó las riendas como el nuevo líder extremista del partido.
Esta estatua, ubicada en la Universidad de British Columbia, Vancouver, es una réplica de la Diosa de la Democracia usada en las protestas de las protestas en la Plaza Tiananmén de Beijing en abril-junio de 1989.
Ahora, casi 30 años después de lo ocurrido, los fantasmas de Tianamén siguen atormentando a los líderes del Partido Comunista. La guerra económica entre China y sus contrapartes comerciales no se trata nada más de cuestiones financieras. En realidad, gira en torno a la estabilidad social en China, lo que se traduce en intentos por evitar cualquier protesta en masa nueva y supresión de la disidencia política más vocalizada.
Esta historia económica-política nos lleva a la actual guerra comercial entre China y los Estados Unidos. Una descripción superficial de este enfrentamiento afirma que ésta se inició por la mano del Presidente Trump con su imposición de aranceles a los bienes chinos (así como de demás países) que se importaban a Estados Unidos. Este fue el caso para el acero, el aluminio y ciertos electrodomésticos.
China respondió a los aranceles estadounidenses, y Trump dobló la apuesta. Estos aranceles al estilo “ojo por ojo” estaban creando obstáculos de US$10.000 millones. De repente, las charlas positivas relacionadas a las posturas políticas y a las amenazas vacías se terminaron. Se estaba aproximando una guerra comercial real y de escala global.
Hasta ahora, este resumen de la situación es bastante acertado. Sin embargo, esto no toma en consideración un trasfondo histórico bastante más extenso y complejo. El 11 de diciembre de 2011, China fue aceptada formalmente a la Organización Mundial del Comercio.
La entrada de China la OMC fue el resultado de años de negociaciones y concesiones importantes de parte de Beijing. A pesar de aceptar públicamente lo que parecían ser concesiones, en secreto China buscó aplicar la misma política que había usado con el Consejo de Seguridad de la ONU, el FMI y otras organizaciones multilaterales a las que se ha unido en años recientes.
Aquí tienes una metáfora fácil que captura a la perfección el comportamiento de los chinos: imagina que estás en el comité de aceptación de un club exclusivo. El club cuenta con un código de vestimenta bastante estricto que involucra chaquetas, corbatas y zapatos de cuero, incluso en ocasiones causales.
Un nuevo miembro potencial acaba de enviar una solicitud para unirse. De aquí, el nuevo miembro pasa por todo el proceso de entrevista, trae recomendaciones y acepta apegarse estrictamente al código de vestimenta una vez que se lo presentan. Entonces, este individuo es aceptado al club. Al día siguiente, el nuevo miembro llega el bar en pantalones cortos, sandalias y camisa hawaiana.
El club obviamente tiene un problema con esto.
Lo mismo ocurre con China. El país atraviesa un riguroso proceso de aceptación. Se le explican bien las reglas y procedimientos de las organizaciones. Los chinos entonces aceptan apegarse a estos estatutos y, como resultado, el país formalmente entra en estas entidades. Al día siguiente, China rompe cada regla jamás creada y, en términos prácticos, desafía a los líderes de la entidad a sancionarlos. Sin embargo, el castigo nunca llega.
El grupo obviamente tiene un problema con esto.
Si vemos las cosas desde esta óptica, la guerra comercial no comenzó en 2018; comenzó en 2001. No fue iniciada por el Presidente Trump; la patada inicial la dio China al incumplir las reglas, robar propiedad intelectual, llevar a cabo exportación con dumping y una muy lenta apertura hacia los mercados.
Cuando China se unió a la OMC, su superávit comercial con los Estados Unidos era de más o menos US$100.000 millones por año. Hoy en día, ese superávit alcanza los US$400.000 millones por año, y va en aumento. Esto llega encima del robo de unos US$600.000 millones de propiedad intelectual. El traspaso de riqueza de 17 años de duración entre Estados Unidos y China ahora supera los US$3 billones.
Viendo las cosas así, los aranceles de Trump contra China que impuso este año no fueron los primeros disparos de la guerra comercial. En vez de eso, no fueron más que un intento desesperado por detener una guerra así antes de que Estados Unidos perdiera más recursos a manos de los chinos.
En el corto plazo, China ha logrado leer las intenciones de Trump antes de que pudiera incrementar los aranceles. Y sin embargo, China es sumamente débil en este frente. Estados Unidos importa más o menos US$500.000 millones por año en bienes chinos, mientras que exporta unos US$100.000 en mercancía hacia el país. La diferencia entre las cifra es el actual déficit de US$400.000 millones anuales que Washington maneja con Beijing.
El Tigre Asiático se está acercando a aranceles del 100% para las importaciones estadounidenses. Washington puede seguir imponiendo aranceles en otros US$ 400 millones de importaciones Chinas. Esto es a lo que Trump se refería cuando dijo que Estados Unidos no puede perder la guerra comercial contra los chinos por “nosotros ya perdimos”.
La esperanza de Trump es que China vea que está jugando una mano perdedora, por lo que se reuniría con el Presidente estadounidense para negociar un acuerdo de aranceles generales más bajos. Esto podría expandir el comercio bilateral e impulsar la economía global.
Hasta ahora, China no ha buscado reconciliar sus relaciones con los Estados Unidos. En su lugar, ha insertado una táctica de guerra de divisas, a fin de darle más apalancamiento a la situación de la que habría de otro modo. Aquí tienes un gráfico que muestra la devaluación radical del yuan contra el dólar en los últimos cuatro meses:
En los últimos cuatro meses, el yuan (CNY) ha caído un 8,5% contra el dólar (USD), desde los 6,28 a los 6,88 por dólar. Este colapso es aún mayor al visto en agosto del 2015, un “sacudón” de devaluación del 3% que ocasionó una caída del 11% en la Bolsa estadounidense. Esta nueva devaluación se mantendrá, todo en función del plan que tiene Beijing para la actual guerra comercial. Esta vez, el resultado más probable es un colapso en la Bolsa china.
Esta devaluación de divisa es la respuesta de China para Trump. Si el yuan cae un 20% con respecto al dólar, los costos de las exportaciones chinas caerían por aproximadamente la misma cantidad. Esto ocurre porque los costos laborales unitarios en yuanes son una parte esencial de los precios de fabricación en China.
Si las exportaciones del Tigre Asiático cuestan USS$100 por unidad, una devaluación del 20% reduciría esos costos a los US$80 por unidad. Un arancel estadounidense del 25% en ese nuevo costo base de US$80 aumentaría los costos de exportación hasta los US$100 –precisamente donde estaban en primer lugar.
China ha descubierto que la devaluación es una forma casi perfecta de contrarrestar los aranceles. Esta táctica no solo reduce los costos de exportación de China, sino que también aumenta los costos de exportación de los Estados Unidos, tal y como muestra el siguiente gráfico:
Ahora que la guerra comercial y la de divisa han convergido, ¿qué dicen mis modelos de análisis predictivo sobre los pronósticos de las acciones Chinas en particular, y China como un todo en términos generales?
En este momento, nos dicen que China no retrocederá de su agresiva respuesta a las aranceles de Trump. El equipo del Presidente estadounidense tampoco muestra inclinación a replegarse. El resultado será un comercio bilateral restringido y un crecimiento más lento en el margen para ambos países.
Una caída del mercado de valores chino, como se refleja en el precio FXI, será un daño colateral en este creciente conflicto. No es un resultado que el país asiático desee, pero es un precio que pagarán para mantener a los ciudadanos empleados y las líneas de producción en funcionamiento.
Los costos laborales unitarios más bajos combinados con aranceles más altos por parte de Estados Unidos desplazarán la riqueza de las empresas chinas a los importadores estadounidenses. Pero esto se debería traducir en pocos cambios en las ganancias en moneda local y la seguridad laboral de los trabajadores chinos. Esa es la postura que los comunistas defenderán.
Las guerras combinadas de comercio y divisas son como una tormenta perfecta dirigida al FXI. Wall Street está malinterpretando estos desarrollos, pero no es necesario que tú también lo hagas.
Saludos,
Jim Rickards
Jim Rickards es editor de Inteligencia Estratégica para Agora Publicaciones